sábado, 21 de agosto de 2010

SENTIMENTALMENTE DESNUTRIDO

Ay, mi amigo Horacio. Mi pobre amigo Horacio. La verdad es que me apeno por él. Lo peor es que soy incapaz de ayudarlo.

Horacio siente mucha sed de conocimiento. Se siente ignorante. Se siente absolutamente incomprendido porque se siente absolutamente fuera de todo. Y eso lo hace sentir sólo. Pobre Horacio, es tan absoluto.
Está siempre limitado adentro de él mismo, su conciencia lo limita, porque él limita su conciencia a cosas sin importancia, vulgaridades mentales, vaguedades. Y, ay, pobre Horacio, se ciega.
Él quiere tener el corazón abierto, yo lo veo. No lo tiene abierto porque le falta sentir amor, por él y por lo que lo rodea.
Para él todo tiene una forma demasiado impersonal, no tiene el coraje, desde sus ojos nada tiene significado. Y entonces nada lo contiene.
Día a día vive en un mundo vacío, se le nota en los ojos, siempre dilucidando una proyección de su mente. Su mundo es un mundo sin nada que reflejarle, sin nada que enseñarle.
Pasan los días y no le ve la función a las cosas. Yo no sé muy bien a qué se deberá, pero todo le es indiferente.
Pero él me dice, sin muchas esperanzas, que tiene sed de ampliarse, -algo rugoso en la garganta, le falta saliva, le falta movimiento, le falta vida-, un deseo en el pecho, de estar abierto al mundo, de ser quien es sin miedos ni limitaciones. Quiere poder percibir las expresiones de las cosas, de los objetos, de las personas. Recibir sus distintas energías, y dejarse nutrir por ellas. ¡Pero! Éste Horacio, eso que está empecinado hace años con esto, pero entró en una estructura poderosa que está vacía de magia, vacía de presencia. Y ahí está, pero no está, en el vacío absoluto. Obnubilado en un mundo inexistente, lejos de todo, sin entregarse a nada, para mi gusto demasiado reservado, si se me da el permiso de opinar. Sin confiar en nada, ni siquiera en los objetos, que él sabe en su esencia que están llenos de magia, de vida, de presencia.
Él quiere sentirse todo el tiempo así, receptivo, comprensivo, dueño de su vida y unido a todo.
Y siente una potencia adentro suyo, que quiere sacar, que quiere usar, que quiere aprovechar, que quiere conocer y experimentar. Yo me pregunto por qué no la usa, ¿la va a dejar morir ahí adentro? Y así se le pasa la vida… intentando.

Es por todo esto que a veces, cuando se siente un poco mejor, le viene esa intensa sed de conocimiento, un ataque, un deseo insaciable. A veces se le ocurre que al día siguiente se va a internar a leer libros, para aprender qué son los átomos o cómo está compuesto el mundo en que vive, para saber dónde está, leer sobre historia o sobre sociedad y estado, sobre semiótica o comunicación social o biología.
Sin embargo nunca termina haciéndolo, porque él sabe muy bien que nada de eso es lo que necesita. Horacio sabe que tiene muchos conocimientos dentro suyo, mucho más allá de su traje de oficina, que sólo le falta aprender a abrirse, a recibir toda la vida que tiene adentro y a su alrededor, todas las energías. “…eso es lo que me falta, que no tiene absolutamente nada que ver con leer libros y explicaciones teóricas de la vida”… me dice Horacio. Y claro, es entendible, él la quiere vivir, no leerla aburrido y resignado.


Horacio es un tipo que se quiere nutrir de las energías reales y establecer alguna reciprocidad constante con ellas. Está como en un estilo de búsqueda espiritual, sí, eso, son puras sus intenciones, sí. Pero el pobre no sabe cómo hacer, cayó en un pozo angosto y sin escaleras. Y ¿cómo salir de ahí? Qué desesperante. Lo lamento mucho por él. Mañana le llevo un ramo de flores con un cartelito que diga “no lo debería pensar tanto”.

1 comentario: