domingo, 22 de agosto de 2010

Ida

Siempre estoy bailando por distintos estados. Ahora me pintó el rojo por momentos y por momentos la niña interna, que es rojo también.
Rojo, tan enérgico que ni puedo pintarme las uñas. Tan descontrolado y torpe que a veces me tomo un té de tilo para parar un poco de correr correr correr corría corría correré y poder caminar un poco. Es una expresión furiosa que no para no para. Un fuego en el corazón y sí, el esmalte se me sale a los dedos, es difícil combinar energía y presición. Pero como el enérgico es tenaz lo termina logrando. Y sí, se pinta las uñas y le sale la vida por los poros, sal, arena, cal y sangre. Se le salen por los poros. Rojo, quiere bailar. No tiene miedos, ¡no le alcanza el tiempo para los miedos! Y si los percibe no puede detenerse a hacerles caso, rojo no se detiene, rojo, amado rojo, impulso puro y duro.
Es justo lo que necesitaba, ni más ni menos, antes que zapatitos azules que remerita azul que camisita celeste que vinchita que saquito, que cortinas. ¡No! Ahora todo es rojo. Bueno, las zapatillitas no, pero tampoco me voy a dogmatizar. ¡Oh Rojo! ¡Me arrodillo ante vos! No, no, no. El rojo es verdad cruda. Sí, cruda, sin cocinar, sin disfrazar. Rojo es dirección, verdad, presencia, pasión, confianza. Rojo es más corazón que mente, ¡exacto! y mira hacia adelante.
Y decía, que con rojo me encontré con mi niña interna, porque rojo no se queda quieto. Rojo actúa, rojo ve y hace. Ve y hace.
Y si ahora no sé bien qué hacer… ¿qué drama? Rojo no es de hacer chicles con las cosas, o dejarles sus colas largas, no, nada de colas largas que anden impidiendo abrir o cerrar puertas. Pobres ratoncitos, lamento por ellos mi radicalismo, pero o se les corta la cola, o bien se los guarda en la cueva con la cola bien enroscada. El radicalismo, propiamente rojo.

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